Maquinarias políticas: entre bases organizadas y clientelismo


Por: Juliana URibe

Colombia se acerca cada vez más a las elecciones que definirán el panorama político, social y económico de los próximos 4 años. Con la llegada de este periodo electoral, además de la aparición de propaganda política y debates en medios, también se reactivan y se hacen visibles las prácticas ilegales que por décadas han favorecido la corrupción y el clientelismo, tales como la compra de votos y la trashumancia electoral. Esta situación ha llevado a muchas personas a ver con preocupación todo lo relacionado con las maquinarias políticas.

Si bien los actos ilícitos en medio de las elecciones se han vinculado a estas maquinarias y al partidismo, no podemos satanizarlas del todo, en tanto son estructuras claves para el funcionamiento de la política, pues movilizan y fomentan desde un inicio la elección ciudadana. Las maquinarias se convierten en problemática cuando se integran dentro de las artimañas electorales con el fin de llegar a lugares de toma de decisión, en donde predomina el accionar clientelista, el pago de favores o “hacerle conejo” al aparato electoral, dejando de lado el trabajo de base y la conciencia política.

En este sentido, no todas las maquinarias pueden verse de manera negativa, ya que son el motor que pone en marcha el proceso electoral en un momento en el que la ciudadanía se encuentra estática en temas de participación. Soy creyente de la teoría de Marshall Ganz profesor de Harvard y líder de movimientos civiles en EEUU de que las campañas necesitan estructuras organizadas que logren movilizar votos, al movilizar la opinión pública. Los partidos necesitan tener bases de ciudadanas organizadas que sirvan como plataformas de campañas. El tener redes de personas voluntarias que salgan a la calle a hacer propaganda y logren transmitir el mensaje debe ser prioritario en una buena campaña política. 

En la actualidad, la tradición de una política basada en la corrupción se mezcla con la necesidad que tienen millones de personas, ofreciendo mercados y/o dinero a cambio de que la gente vote por ciertas candidaturas. Esto más allá de ser un delito, que debe ser sancionable por la justicia, fomenta que al poder lleguen tomadores de decisión con desconexión de la realidad de la ciudadanía que no representan ni sus ideales o intereses.

Es difícil medir el impacto o cifra de votos que las orquestaciones políticas ilegales pueden mover, pues su influencia tiende a variar, sin embargo, suele ser una medida aplicada por los partidos en zonas a las que la campaña electoral tiene poco alcance, como estratos bajos o zonas rurales. 

Desde el Consejo Nacional Electoral se han establecido mecanismos para dar seguimiento a los ingresos y gastos de campaña, hecho que aunque en la teoría puede sonar funcional, no excluye la gestión de recursos externos que faciliten el movimiento de la compra de votos o clientelismo en el país. Precisamente, Transparencia por Colombia alertó que solo el 28% de las candidaturas al Senado y Cámara de Representantes está registrando sus ingresos y el 26% ha reportado sus gastos de campaña.

Estamos a una semana de las elecciones legislativas y tenemos una responsabilidad, no solo con la ciudadanía actual, sino con las futuras generaciones. Debemos promover un ejercicio político basado en la búsqueda de un proyecto a largo plazo que responda a las necesidades de la gente. Sentar las bases bajo esta premisa nos permitirá generar una transformación real bajo un ideal claro y consciente, abandonando los fanatismos que plantean la participación de la ciudadanía en torno a campañas individuales que se niega a las sinergias que se pueden dar en este este entorno.

Hacer buena política es lograr que las personas del común se sumen a su campaña por identificarse y sentirse representadas y que, además, estas bases de voluntariados creen redes ciudadanas de difusión de mensajes. Este modo de hacer política es altamente  beneficioso, pues garantiza que exista una ciudadanía comprometida con sus causas y que logra tener representación en el poder.  

Así demostramos que el trabajo de base y organización es completamente diferente al clientelismo, pues es una forma de crear redes ciudadanas comprometidas con causas sociales que a la hora de votar saben qué candidatura les representa y luchará políticamente por sus ideales. Por el contrario, las prácticas clientelistas carecen de la ciudadanía como eje principal, en ellas solo importa que la candidatura llegue al poder a cualquier costo y con carencia de representación ciudadana real.  Ojalá con el tiempo, en Colombia, veamos más de bases de largo plazo y menos de compra de votos a futuro.