Tal vez la inteligencia artificial cambie la política para siempre

Por: jULIANA uRIBE

Un día vimos a Donald Trump siendo arrestado y después al papa Francisco vestido de Balenciaga, con un abrigo de plumas blanco, perfectamente combinado con el crucifijo que suele cargar en el pecho. También vimos a los más conocidos representantes republicanos de Estados Unidos maquillados como drag queens, en la misma semana en la que varios de ellos se mostraron a favor de crear leyes para prohibir las actuaciones drags. Y aunque al final supimos que todas estas imágenes habían sido creadas por herramientas de inteligencia artificial (IA), el asombro dejó espacio para que nos hiciéramos preguntas profundas como hasta qué punto se está atenuando la línea entre la realidad y la ficción en internet.

Aún no hemos sido testigos del primer gran golpe de opinión causado por la IA en Colombia, pero sus pasos ya se sienten muy cerca, tan cerca como las elecciones locales de octubre. Entonces, cuando se miran las dos cosas juntas, aparecen más y más preguntas. ¿Veremos imágenes creadas para afectar la imagen de X o Y candidata? ¿ChatGPT –la aplicación más conocida de generación de texto con IA– será capaz de crear discursos para que cualquier aspirante conecte mejor con determinado grupo de electores? ¿Podrán las personas pedirle a la inteligencia artificial argumentos para defender sus posturas en conversaciones cotidianas? ¿Cambiará la IA la política para siempre?

No se trata de mirar la realidad venidera con ojos apocalípticos, sino de ver que la enorme cantidad de oportunidades que abre la IA puede ser directamente proporcional a los retos que implica. La IA opera con una alta capacidad para procesar datos que están online y su ‘creación’ de productos nace de esa información disponible. Sin embargo, sería iingenuo desconocer que los datos no reposan neutrales en algún lugar de la red y que estos están a salvo de los sesgos de las personas que los han originado.

Sobre esto, un ejemplo han sido los recientes llamados en redes por el aparente enfoque machista de ChatGPT, que al ser preguntado por los principales referentes en diversas áreas de la cultura, arrojaba mayormente nombres de hombres; o que al hacer traducciones que referenciaban a mujeres en “altos cargos”, asumía por defecto que quienes los ocupaban eran hombres también.

Por supuesto que esto activa una alerta para nosotras las mujeres y revela que el uso de inteligencia artificial deja un nuevo campo de batalla simbólico en el que nuestra voz puede ser diferencial. Si son los algoritmos los que se encargan de captar y procesar la información, es válido que nos preocupemos por saber quién y con qué principios los creó o ‘entrenó’, y estar al tanto de a qué posibles sesgos nos enfrentamos.

En ese sentido, para el aterrizaje de la IA deberíamos estar prestas a promover la transparencia de quienes emiten los mensajes, pues sólo así seremos capaces de saber cuándo la IA está sirviendo para ilustrar o manipular, cuándo para informar o desinformar, y cuándo para manifestar o polarizar. El sentido crítico que tengamos para consumir la información servirá para que podamos establecer confianza en las reglas de juego que ofrece la democracia, ya sea para las próximas elecciones o para el ejercicio permanente de nuestros derechos.

En días pasados Geoffrey Hinton, un pionero de la inteligencia artificial que renunció a Google para poder hablar con más libertad, decía que en poco tiempo las nuevas herramientas llevarán a que una persona promedio no esté en capacidad de discernir si lo que ve en internet es información real o un invento, ante el tsunami de información falsa que se viene. No obstante, resulta al menos interesante pensar en que con los avances tecnológicos que vienen podamos también crear herramientas de inteligencia artificial que sirvan, justamente, para ayudarnos a paliar sus riesgos.

Lo cierto es que desde ya hay un reto que parece ineludible: como sociedad debemos entender el papel prioritario que debe tener la educación mediática y digital en nuestros entornos, y apuntar a que este conocimiento sea lo suficientemente capaz de trascender las brechas sociales, económicas y de edad.  

Es urgente que empecemos a hacerlo, sobre todo en un país como el nuestro en el que, según la agencia estadounidense We are social, sólo el 36,6 % de las personas se preguntan si la información que consumen es falsa o no. Y es urgente también en el contexto global, en el que de acuerdo un reciente artículo de FWIW Media, grandes empresas de redes como Meta (antes Facebook) está restando importancia a las noticias y al contenido político para mantenerse al día con los cambios que TikTok le está imponiendo a la industria. Y esto trae también un problema: si el contenido político va a tener que encontrar nuevos canales para distribuirse –influencers, por ejemplo– ¿no merecemos saber quiénes van a estar detrás de sus pagos y cuál es su visión de la política y del mundo?

Decía que no se trata de leer la realidad con los lentes del Apocalipsis, porque  a la par con los retos se despejan nuevos caminos. Que las herramientas estén al alcance de la ciudadanía, y a bajo costo, son una ventana gigante para manifestaciones culturales y políticas desde la sociedad civil. Pueden ser un dinamizador importantísimo para los activismos y las organizaciones, así como una ayuda para quienes quieren entrar en la política de manera independiente, sin estructuras partidarias detrás o presupuestos abultados para desarrollar campañas masivas.

Quizá la IA sí cambie la política para siempre, y quizá no sólo la política, sino la vida misma. Sin embargo, lo saludable o tóxico de este cambio, al final, dependerá de nosotros. Hace días, en un conversatorio que hicimos sobre este tema, la cientista de datos argentina, Maria Lasa, decía que este tipo de herramientas ya están aportando para optimizar tareas diversas, pero al final, sigue siendo la indicación humana que las origina la que diferencia sus productos.

Por eso, la diversidad de aproximaciones que se le puede entregar a la IA será lo que al final distinga lo humano de lo maquinal. María decía que el monopolio de la intención y las narrativas, de eso que se le entrega a la tecnología de manera personal, deberá permanecer en la sociedad civil, y que ese es un monopolio es algo a lo que nunca deberíamos renunciar.  Yo no podría estar más de acuerdo.


*Juliana Uribe Villegas es CEO de Movilizatorio